SEAT 600 E. Sensaciones de hoy en un coche de ayer.

Después de unos cuantos años hablando sobre él, contando cosas de oídas o simplemente transcribiendo o interpretando datos de diferentes libros y páginas, por fin pude ponerme al volante de un SEAT 600. Ocurrió en la boda de mis grandes amigos David y Amaia. En su infinito empeño por complacer a los invitados se acordaron de mí, de mis gustos y manías, y me ofrecieron llevar el SEAT 600 E de 1.972 del padre del novio (Epi, de Autoescuela Bidasoa) a la Sesión de fotos. Todo ello con un copiloto de excepción, Joel , loco por la fotografía y que también fue invitado a la sesión.

Logotipo SEAT 600 E

Pequeño, muy pequeño…

La primera sensación es que el coche es pequeño, muy pequeño, tal vez influya que ambos ocupantes sobrepasamos ampliamente los 180 cm de estatura. Casi se puede abrazar. Una vez dentro, nos acomodamos con los asientos en su posición más retrasada y la cosa cambia, no es pequeño, roza lo microscópico. Las rodillas me quedan entre el volante y el salpicadero, el respaldo apenas llega a cubrirnos la zona lumbar y los retrovisores no son más grandes que el espejo que llevaba mi mujer en el bolso para retocarse al maquillaje. Miro hacia arriba y ¡Oh, sorpresa! hay un notable espacio entre mi cabeza y el techo, no lo golpearé en los baches. Lo más alarmante es que mis elegantes zapatos de nº 46 con 3 cm de inútil punta no caben en el pedalier. Con el derecho piso a la vez el freno y el acelerador, y el izquierdo, aunque va mejor es atrapado por la barra de dirección si giro el volante mientras piso el embrague… Solución; descalzarse.

El SEAT 600 es tan pequeño que se puede abrazar.

En Marcha

El coche está caliente y arranca a la primera. Nos lo encontramos estacionado mirando hacia abajo en una cuesta con una pendiente importante y hay que maniobrar. Meto la marcha atrás (o eso creo), empiezo a acelerar mientras suelto embrague pero el 600 solo cae. Algo falla. Llamada de emergencia a Epi. Nos explica los trucos de la marcha atrás, el problema era el cambio del embrague, poco progresivo y muy alto, normal en un coche 40 años. Volvemos a intentarlo, nos ayudamos con el freno de mano. Un leve acelerón mientras metemos la marcha atrás es seguido de un «clack» que nos indica que todo está correcto. ¡Ya estamos en marcha!

No hay espacio para un nº46 en el pedalier del 600

Cuando se está acostumbrado a coches más modernos la primera sensación es que todo está duro, incluida la dirección, algo que me sorprendió teniendo en cuenta de que el 600 tiene un volante enorme, no pesa nada, y el motor está atrás. Los frenos también son duros, aunque cumplen bien su función hay que pisarlos con energía, ¿ausencia de servofreno? Así es. El cambio, por el contrario, es blando pero impreciso. La tercera velocidad queda extremadamente adelantada, al principio cuesta encontrar el punto muerto y de poco sirve mirar la palanca si no se conoce el coche. La 1ª no parece sincronizada (o por lo menos bien sincronizada). Tras una primera rascada decidimos usar el doble embrague para reducir de 2º a 1ª y asunto solucionado.

Tras un pequeño recorrido por ciudad, donde su pequeño tamaño y radio de giro lo hacen extremadamente ágil salimos a carretera. Nos incorporamos a la circunvalación de Irun (Gipuzkoa) por una acceso cuesta arriba que carece de carril de aceleración y en su lugar hay un bonito ceda el paso. Cuando subimos en 2ª a 35 km/h oigo un grito del copiloto ¡Detrás del blanco no viene nadie, pisa a fondo!, así lo hice y conseguimos incorporarnos a la variante a la temeraria velocidad de 40 km/h. poco a poco el velocímetro va subiendo mientras los coches se acumulan tras nosotros. 25 CV dan para lo que dan. Llaneamos a la velocidad del tráfico, unos 70 km/h, el 600 se muestra estable, aunque los baches fuertes piden una corrección de la trayectoria. La sensación de “que pequeños somos” crece cada vez que nos cruzamos con algún vehículo, cruzarse con un Volkswagen Golf es como cruzarse con un tráiler.

Grandes ocupantes para un coche tan pequeño.

Abandonamos la carretera buena y ponemos rumbo a la ermita de San Marcial una carretera terciaria con una pendiente importante. En los años ’60 y ’70 los pilotos locales median su pericia en la Subida a San Marcial con coches de este tipo. Los 25 CV vuelven a aflorar para decirnos que no le pidamos peras al olmo. Metemos segunda y subimos a unos respetables 35-40 km/h, muy atentos al chivato de la temperatura y metiendo 3ª en las zonas más llanas para que descanse el motor. En la zona de las paellas comprobamos de nuevo la notable estabilidad del 600, que unido a su pequeño tamaño nos permite buscar una trazada óptima sin salirnos de nuestro carril. Con este chasis y tamaño, los Abarth TC 1000 de más de 80 CV derivados del 600 tenían que ser auténticas máquinas.

Llegamos al alto. Una vez allí, del 600 que atraía las miradas de paseantes salen dos tipos enormes, vestidos de traje y casualmente uniformados (traje y camisa negros y corbata blanca) y uno de ellos descalzo, bajan del cochecillo. Nadie entiende nada… Termina la sesión y nos disponemos a bajar. El coche está bastante caliente, pero vuelve a arrancar a la primera. Pesamos poco pero el motor de 743 c.c. apenas retiene, vamos en 2ª y en algún tramo se sigue embalando. El uso de los frenos es continuo, pero después de varios kilómetros de bajada los cuatro pequeños tambores siguen siendo eficaces sin mostrar signos de fatiga.

Un 600 luce mucho

Llegamos de nuevo a Irun , atravesamos el centro y ponemos rumbo al garaje donde descasará la pequeña máquina. Las miradas de los peatones vuelven a centrarse en los dos tipos trajeados enormes metidos en un 600. Es un coche urbano, pero seguir el ritmo del tráfico actual con él es casi imposible, en las salidas de los semáforos se nos escapan hasta los autobuses. Finalmente lo dejamos descansando en su garaje, que se lo ha ganado… y nosotros un suculento banquete.

Fotos; Joel

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